jueves, 13 de septiembre de 2012

La Caverna y el derecho



En el mito de la Carvena de Platón algunos hombres se liberan de las cadenas (¿de la ignorancia?) y logran salir a la superficie, distinguen los engaños que a través del juego de sombras otros hombres los manipularon, aun tienen la opción de ir más arriba para intentar ver las cosas directamente bajo la luz del sol.

Un camino heurístico de liberación, de emancipación, el ser humano debe buscar lo que es justo durante toda su vida sino quiere vivir alienado, lo cierto es que muy pocos lo lograrán según Platón, y esto supone contar con idea de la sumisión histórica de unos hombres por otros ¿o no?

Ahora Fuller que nos presenta un caso de decisión judicial también basándose en lo que sucedería en una caverna, 5 espeleólogos encerrados se comen a uno de ellos ante la necesidad de verse atrapados, 5 jueces de diferentes posturas teóricas decidirán si son culpables o no:

lunes, 10 de septiembre de 2012

El lenguaje, el derecho y el sentido común: el caso de Sancho en la Ínsula Barataria

 
 

 
 
En el capítulo XLV titulado “De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula, y del modo que comenzó a gobernar”[1], vemos al fiel escudero de don Quijote administrar justicia en 3 casos particulares:

1.      Las caperuzas

2.      La vara y las diez monedas

3.      La bolsa del ganadero

Sancho Panza es el emblema del sentido común en la literatura, así que concederemos unas líneas a desbrozar los interesantes argumentos que Cervantes pone en boca del regordete e inculto Sancho Panza.

…entraron en el juzgado dos hombres, el uno vestido de labrador y el otro de sastre, porque traía unas tijeras en la mano, y el sastre dijo:

-Señor gobernador, yo y este hombre labrador venimos ante vuesa merced en razón que este buen hombre llegó a mi tienda ayer (que yo, con perdón de los presentes, soy sastre examinado, que Dios sea bendito), y poniéndome un pedazo de paño en las manos, me preguntó: «Señor, ¿habría en esto paño harto para hacerme una caperuza?» Yo, tanteando el paño, le respondí que sí; él debióse de imaginar, a lo que yo imagino, e imaginé bien, que sin duda yo le quería hurtar alguna parte del paño, fundándose en su malicia y en la mala opinión de los sastres, y replicóme que mirase si habría para dos; adivinéle el pensamiento y díjele que sí; y él, caballero en su dañada y primera intención, fue añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco caperuzas; y ahora en este punto acaba de venir por ellas; yo se las doy, y no me quiere pagar la hechura; antes me pide que le pague o (de)vuelva su paño.

-¿Es todo esto así, hermano? -preguntó Sancho.

-Sí, señor -respondió el hombre-; pero hágale vuesa merced que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.

-De buena gana -respondió el sastre.

Y sacando encontinente la mano debajo del herreruelo, mostró en ella cinco caperuzas puestas en las cinco cabezas de los dedos de la mano, y dijo:

-He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide, y en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del paño, y yo daré la obra a vista de veedores del oficio.

Todos los presentes se rieron de la multitud de las caperuzas y del nuevo pleito. Sancho se puso a considerar un poco, y dijo:

-Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón; y así, yo doy por sentencia que el sastre pierda las hechuras, y el labrador el paño, y las caperuzas se lleven a los presos de la cárcel, y no haya más.

Cervantes presenta un asunto en el que los malos entendidos llevan a un conflicto a dos personas, curiosamente ambos pierden los bienes controvertidos pero reciben una buena lección, uno por desconfiado ha creído obtener más de lo que le alcanzaba su tela, el otro le ha tomado el pelo a su contraparte porque intuyéndose fácilmente lo que pretendía ha echado a perder un paño y no ha satisfecho a su cliente, Sancho resuelve “nada para nadie” ambas partes parten del supuesto de cierto engaño y mala fe, pareciera incluso que quieren burlarse del juez nemo auditur turpitudinem alegans dice el adagio jurídico medieval, que se traduce como a nadie se le escuchará alegar su propia torpeza, pierden por pluris petitio pedir desmedidamente.

Veamos otro caso que también trata de engaños y doble sentidos:

…se presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo:

-Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se los pidiese; pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor necesidad, de volvérmelos, que la que él tenía cuando yo se los presté; pero, por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, y que si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado, ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría que vuesa merced le tomase juramento, y si jurare que me los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios.

-¿Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? -dijo Sancho.

A lo que dijo el viejo:

-Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuesa merced esa vara; y, pues él lo deja en mi juramento, yo juraré cómo se los he vuelto y pagado real y verdaderamente.

Bajó el gobernador la vara, y en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario, y dijo que sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada. Tornó a tomar su báculo el deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado; visto lo cual Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y en viéndole Sancho, le dijo:

-Dadme, buen hombre, ese báculo, que le he menester.

-De muy buena gana -respondió el viejo-: hele aquí, señor.

Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y dándosele al otro viejo, le dijo:

-Andad con Dios, que ya vais pagado.

-¿Yo, señor? -respondió el viejo-. Pues ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro?

-Sí -dijo el gobernador-; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos en oro; quedaron todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.

Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más que él había oído contar otro caso como aquél al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto.

Admiración causaban los juicios de Sancho Panza y aunque él se consideraba tonto, estaba consciente de una ayuda “sobrenatural” que le aclaraba los casos y le proponía soluciones, el sentido común, el criterio jurídico, en el Quijote aparecen como una característica no de una persona letrada e instruida en la materia sino de un buen hombre con una buena disposición para juzgar, se trata de figura del juez natural que nos recuerda la suspicacia de Protágoras, en muchas comunidades hay personas que destacan por su prudencia, por su capacidad para desarrollar el sentido común y adquirir un saber práctico; la vida contemporánea prescinde de estos valores metaformales pero la literatura que funciona como un catalizador de los imaginarios sociales nos muestra cuán trascendente e importante puede ser este convencimiento y confianza de la comunidad hacia sus jueces.

Vamos al caso más complicado que tuvo que resolver Sancho:

…entró en el juzgado una mujer asida fuertemente de un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces, diciendo:

-¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y ¡desdichada de mí! me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y extranjeros, y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.

-Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos este galán -dijo Sancho.

Y volviéndose al hombre, le dijo que qué decía y respondía a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió:

-Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían: volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo soficiente, y ella, mal contenta, asió de mí, y no me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago, o pienso hacer; y ésta es toda la verdad, sin faltar meaja.

Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas a todos y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas, con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos; aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro. Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban tras su bolsa:

-Buen hombre, id tras aquella mujer, y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella.

Y no lo dijo a tonto ni a sordo; porque luego partió como un rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos, esperando el hombre y la mujer, más asidos y aferrados que la vez primera, ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:

-¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuesa merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste desalmado, que en mitad de poblado y en mitad de la calle me ha querido quitar la bolsa que vuesa merced mandó darme.

-Y ¿háosla quitado? -preguntó el gobernador.

-¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no esté desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aún garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

-Ella tiene razón -dijo el hombre-, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

-Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada, y no forzada:

-Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aún la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula, ni en seis leguas a la redonda, so pena de docientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!

Espantóse la mujer, y fuese cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre:

-Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí adelante, si no le queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con nadie.

El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador. Todo lo cual, notado de su coronista, fue luego escrito al Duque, que con gran deseo lo estaba esperando.

Obviamente no podemos descontextualizar el pasaje, aunque en cierto sentido también los jueces de hoy en día en un caso así intentarían identificar si se trató de un acto de violencia o un acto consentido como lo demostró Sancho a la vista de todos. Llama la atención además que la mujer entra al tribunal convencida de que obtendrá justicia aun cuando sabe (por los datos que conocemos) que no es justa su pretensión, esto demuestra que existía un cierto acceso a los tribunales por parte de las mujeres, de hecho Cervantes no hace ninguna mención sexista, al contrario, intenta considerar a ambos litigantes en igualdad de circunstancias tratando de ser imparcial. Superando entonces esta problemática, es claro que Sancho Panza apela nuevamente a su sentido común.

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[1] Utilizaremos la versión: CERVANTES, Miguel, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 1999; edición hecha a partir de la publicada en Madrid por Ediciones de La Lectura, 1911-1913.

martes, 28 de agosto de 2012

El derecho en corto

Los abogados más allá del bien y del mal en una escena de "La última noche de Boris Grushenko" de Woody Allen:


El mundo sería maravilloso sin abogados (Los Simpsons, temporada 4, capítulo 21):


¿Cuál es el balance general en la cultura popular acerca de los abogados? Parece que no muy bueno

Será el legalismo.

"Ante la ley", Franz Kafka en la adpatación maravillos de George Orwell:

 
 
Otra imagen legendaria y antigua sobre el derecho "Antígona" de Sófocles:

jueves, 9 de agosto de 2012

¿Qué es el derecho?



Para responder a la pregunta que titula esta entrada podríamos recurrir a una explicación ya establecida por alguna escuela o corriente, propiamente la teoría de dicha escuela; ciertamente nuestra explicación iría de inmediato cargada de una reinterpretación de dicha teoría, esos ajustes hermenéuticos podrían respetar o no la fidelidad de la teoría pero no podríamos decir que es una nueva teoría, considerando los conceptos clásicos deberíamos decir que se trata de una opinión (doxa), incluso podríamos también, a partir de varias toerías, generar una propia concepción del derecho y seguiríamos en los terrenos de la opinión, entonces ¿qué hace a una teoría tal?

A la pregunta anterior Foucault respondería que se trata del disciplinamiento y el poder implícito de toda disciplina, de ese modo para generar una teoría deberíamos hacer la intensión de que nuestra concepción del derecho tuviera pretensiones universales, tratar de utilizar argumentos generales que pretendieran generar consensos, discípulos, subconceptos, foros de discusión, publicaciones; en fin, símbolos que significaran ese nuevo espacio epistémico, Bourdieau estaría muy de acuerdo con nosotros en este sentido, pues tendríamos ya ganada la batalla por generar un lugar en el cual el derecho de entiende de una manera.

Y hasta este punto ya hemos incurrido en algunos vicios propios de la labor intelectual: utilizamos el argumento de autoridad, partimos de presupuestos sin confirmar, como por ejemplo el hecho de que la palabra teoría y opinión tengan ese valor, porque al menos coloquialmente las personas le asignan a la teoría una calidad individual y relativa similar a la de opinión, se dice: "pues mi teoría es..." cuando tal vez se 'debería' decir "mi opinión es..." o si a caso: "mi hipótesis es..." pero justamente lo que no se puede negar hasta este punto, es que estamos teorizando y ese derecho lo deberíamos defender férreamente, porque eso es lo que nos hace seres humanos.

En conclusión: elaborar una teoría implica muchas más cosas que describir el objeto propio de la teoría, pero el teorizar es algo que puede democratizarse y que debería ser patrimonio de todos.