En el
capítulo XLV titulado “De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su
ínsula, y del modo que comenzó a gobernar”[1],
vemos al fiel escudero de don Quijote administrar justicia en 3 casos
particulares:
1.
Las caperuzas
2.
La vara y las diez
monedas
3.
La bolsa del ganadero
Sancho
Panza es el emblema del sentido común en la literatura, así que concederemos
unas líneas a desbrozar los interesantes argumentos que Cervantes pone en boca
del regordete e inculto Sancho Panza.
…entraron
en el juzgado dos hombres, el uno vestido de labrador y el otro de sastre,
porque traía unas tijeras en la mano, y el sastre dijo:
-Señor gobernador, yo y este hombre labrador venimos ante vuesa
merced en razón que este buen hombre llegó a mi tienda ayer (que yo, con perdón
de los presentes, soy sastre examinado, que Dios sea bendito), y poniéndome un
pedazo de paño en las manos, me preguntó: «Señor, ¿habría en esto paño harto
para hacerme una caperuza?» Yo, tanteando el paño, le respondí que sí; él
debióse de imaginar, a lo que yo imagino, e imaginé bien, que sin duda yo le
quería hurtar alguna parte del paño, fundándose en su malicia y en la mala
opinión de los sastres, y replicóme que mirase si habría para dos; adivinéle el
pensamiento y díjele que sí; y él, caballero en su dañada y primera intención,
fue añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco
caperuzas; y ahora en este punto acaba de venir por ellas; yo se las doy, y no
me quiere pagar la hechura; antes me pide que le pague o (de)vuelva su paño.
-¿Es todo esto así, hermano? -preguntó Sancho.
-Sí, señor -respondió el hombre-; pero hágale vuesa merced
que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.
-De buena gana -respondió el sastre.
Y sacando encontinente la mano debajo del herreruelo,
mostró en ella cinco caperuzas puestas en las cinco cabezas de los dedos de la
mano, y dijo:
-He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide,
y en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del paño, y yo daré la
obra a vista de veedores del oficio.
Todos los presentes se rieron de la multitud de las
caperuzas y del nuevo pleito. Sancho se puso a considerar un poco, y dijo:
-Paréceme que en este pleito no ha de haber largas
dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón; y así, yo doy por
sentencia que el sastre pierda las hechuras, y el labrador el paño, y las
caperuzas se lleven a los presos de la cárcel, y no haya más.
Cervantes
presenta un asunto en el que los malos entendidos llevan a un conflicto a dos
personas, curiosamente ambos pierden los bienes controvertidos pero reciben una
buena lección, uno por desconfiado ha creído obtener más de lo que le alcanzaba
su tela, el otro le ha tomado el pelo a su contraparte porque intuyéndose
fácilmente lo que pretendía ha echado a perder un paño y no ha satisfecho a su
cliente, Sancho resuelve “nada para nadie” ambas partes parten del supuesto de
cierto engaño y mala fe, pareciera incluso que quieren burlarse del juez nemo auditur turpitudinem alegans dice
el adagio jurídico medieval, que se traduce como a nadie se le escuchará alegar
su propia torpeza, pierden por pluris
petitio pedir desmedidamente.
Veamos
otro caso que también trata de engaños y doble sentidos:
…se
presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, y el
sin báculo dijo:
-Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos
de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los
volviese cuando se los pidiese; pasáronse muchos días sin pedírselos, por no
ponerle en mayor necesidad, de volvérmelos, que la que él tenía cuando yo se
los presté; pero, por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido
una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me los niega y dice
que nunca tales diez escudos le presté, y que si se los presté, que ya me los
ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado, ni de la vuelta, porque no me
los ha vuelto; querría que vuesa merced le tomase juramento, y si jurare que me
los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios.
-¿Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? -dijo
Sancho.
-Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuesa merced
esa vara; y, pues él lo deja en mi juramento, yo juraré cómo se los he vuelto y
pagado real y verdaderamente.
Bajó el gobernador la vara, y en tanto, el viejo del báculo
dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le
embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era
verdad que se le habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero
que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se
los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al
acreedor qué respondía a lo que decía su contrario, y dijo que sin duda alguna
su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen
cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los
había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada. Tornó a tomar
su báculo el deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado; visto lo cual
Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del
demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano
derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño
espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo,
que ya se había ido. Trujéronsele, y en viéndole Sancho, le dijo:
-Dadme, buen hombre, ese báculo, que le he menester.
-De muy buena gana -respondió el viejo-: hele aquí, señor.
Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y dándosele al otro
viejo, le dijo:
-Andad con Dios, que ya vais pagado.
-¿Yo, señor? -respondió el viejo-. Pues ¿vale esta cañaheja
diez escudos de oro?
-Sí
-dijo el gobernador-; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá
si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.
Y mandó
que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el
corazón della hallaron diez escudos en oro; quedaron todos admirados, y
tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.
Preguntáronle
de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos,
y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel
báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y
verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino
a la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedían. De donde se
podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los
encamina Dios en sus juicios; y más que él había oído contar otro caso como
aquél al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele
todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula.
Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes
quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de
Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por
discreto.
Admiración
causaban los juicios de Sancho Panza y aunque él se consideraba tonto, estaba
consciente de una ayuda “sobrenatural” que le aclaraba los casos y le proponía
soluciones, el sentido común, el criterio jurídico, en el Quijote aparecen como
una característica no de una persona letrada e instruida en la materia sino de
un buen hombre con una buena disposición para juzgar, se trata
de figura del juez natural que nos recuerda la suspicacia de Protágoras, en
muchas comunidades hay personas que destacan por su prudencia, por su capacidad
para desarrollar el sentido común y adquirir un saber práctico; la vida
contemporánea prescinde de estos valores metaformales pero la literatura que
funciona como un catalizador de los imaginarios sociales nos muestra cuán
trascendente e importante puede ser este convencimiento y confianza de la
comunidad hacia sus jueces.
Vamos
al caso más complicado que tuvo que resolver Sancho:
…entró
en el juzgado una mujer asida fuertemente de un hombre vestido de ganadero
rico, la cual venía dando grandes voces, diciendo:
-¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en
la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal
hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo
como si fuera trapo mal lavado, y ¡desdichada de mí! me ha llevado lo que yo
tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y
cristianos, de naturales y extranjeros, y yo, siempre dura como un alcornoque,
conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las
zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a
manosearme.
-Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las
manos este galán -dijo Sancho.
Y volviéndose al hombre, le dijo que qué decía y respondía
a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió:
-Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y
esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos,
que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían:
volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que
todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo soficiente,
y ella, mal contenta, asió de mí, y no me ha dejado hasta traerme a este
puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago, o pienso
hacer; y ésta es toda la verdad, sin faltar meaja.
Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún
dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una
bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la
querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas a
todos y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba
por las huérfanas menesterosas y doncellas, con esto se salió del juzgado,
llevando la bolsa asida con entrambas manos; aunque primero miró si era de
plata la moneda que llevaba dentro. Apenas salió, cuando Sancho dijo al
ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban
tras su bolsa:
-Buen hombre, id tras aquella mujer, y quitadle la bolsa,
aunque no quiera, y volved aquí con ella.
Y no lo dijo a tonto ni a sordo; porque luego partió como
un rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos,
esperando el hombre y la mujer, más asidos y aferrados que la vez primera, ella
la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela;
mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:
-¡Justicia
de Dios y del mundo! Mire vuesa merced, señor gobernador, la poca vergüenza y
el poco temor deste desalmado, que en mitad de poblado y en mitad de la calle
me ha querido quitar la bolsa que vuesa merced mandó darme.
-Y ¿háosla quitado? -preguntó el gobernador.
-¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo
quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han
de echar a las barbas, que no esté desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y
martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aún
garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!
-Ella tiene razón -dijo el hombre-, y yo me doy por rendido
y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y
déjola.
Entonces el gobernador dijo a la mujer:
-Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.
Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al
hombre, y dijo a la esforzada, y no forzada:
-Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis
mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aún la mitad menos, para
defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad
con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula, ni en seis
leguas a la redonda, so pena de docientos azotes. ¡Andad luego digo,
churrillera, desvergonzada y embaidora!
Espantóse la mujer, y fuese cabizbaja y mal contenta, y el
gobernador dijo al hombre:
-Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro
dinero, y de aquí adelante, si no le queréis perder, procurad que no os venga
en voluntad de yogar con nadie.
El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y
los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su
nuevo gobernador. Todo lo cual, notado de su coronista, fue luego escrito al
Duque, que con gran deseo lo estaba esperando.
Obviamente
no podemos descontextualizar el pasaje, aunque en cierto sentido también los
jueces de hoy en día en un caso así intentarían identificar si se trató de un
acto de violencia o un acto consentido como lo demostró Sancho a la vista de
todos. Llama la atención además que la mujer entra al tribunal convencida de
que obtendrá justicia aun cuando sabe (por los datos que conocemos) que no es
justa su pretensión, esto demuestra que existía un cierto acceso a los
tribunales por parte de las mujeres, de hecho Cervantes no hace ninguna mención
sexista, al contrario, intenta considerar a ambos litigantes en igualdad de
circunstancias tratando de ser imparcial. Superando entonces esta problemática,
es claro que Sancho Panza apela nuevamente a su sentido común.